Las piñatas se han consolidado una vez más como la estrella innegable de las fiestas decembrinas en México. Esta colorida tradición no solo adorna las celebraciones, sino que también genera un momento de euforia y alegría, especialmente entre los más jóvenes. La historia de la piñata en México se remonta a hace más de 400 años, habiendo nacido en el Exconvento de San Agustín en Acolman, Estado de México. La clásica piñata de estrella de siete picos originalmente formaba parte de las celebraciones religiosas, pero hoy, con sus formas variadas y papel vibrante, es un símbolo cultural que se apodera de posadas y fiestas.
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Tradicionalmente, las piñatas se rellenan con una mezcla de dulces, cacahuates y frutas de temporada como naranjas, limas, mandarinas, tejocotes, jícamas y caña. Sin embargo, al preguntar a los niños sobre su preferencia, se revelan dos bandos claros. Algunos afirman que los dulces son, sin duda, la mejor recompensa. Otros, con una inclinación más tranquila, admiten que la fruta de temporada también tiene su encanto y es una parte esencial de la diversión al romper la piñata.
Finalmente, la piñata representa un momento puro de emoción e inocencia, trascendiendo lo que cae al suelo. Poco importa si el premio es chocolate o jícama. Lo verdaderamente importante es el grito de emoción, la carrera por recoger la recompensa y, sobre todo, la sonrisa que solo este ritual festivo y el espíritu de diciembre pueden regalar.
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