En el kilómetro 42 de la carretera libre Acapulco–La Colorada, un discreto desvío conduce hacia Piedra Imán, un poblado que parece ajeno al ruido de la ciudad. Entre cerros y caminos de tierra, cuatro kilómetros adentro, se encuentra una comunidad donde la vida germina al ritmo del campo. Aquí, cada amanecer significa trabajo, esperanza y sustento. La tierra no solo se siembra: se cuida, se respeta y se agradece.
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La mayoría de las familias vive de la agricultura. Maíz, sandía, tomate, jitomate, calabacita y otras cosechas llenan los surcos que sostienen la economía local. Hoy es temporada de maíz, un cultivo que inicia como “otero”, para después convertirse en alimento fundamental para los hogares guerrerenses. “Nosotros nos dedicamos al elote”, cuentan los campesinos, quienes realizan todas las labores con herramientas sencillas y esfuerzo propio.
El proceso es largo y requiere paciencia: deben pasar 75 días desde que el grano toca la tierra hasta que el elote está listo para la cosecha. Son 75 días de sol, lluvia, madrugadas tempranas y jornadas que terminan con la ropa marcada por el terreno y las manos llenas de trabajo. Desde que la milpa nace, explican, hay que abonarla a los 15 días, soltar la tierra, revisarla y darle su “última volada” cuando ya está en vela.
En Piedra Imán no solo se cosecha maíz; se cultiva también el sustento familiar, la comida en la mesa y una tradición que se niega a desaparecer. Aun cuando negociar precios no siempre es sencillo, la esperanza de vender lo que con tanto esfuerzo se produce es lo que impulsa a las familias a continuar. En años anteriores, comentan, han logrado vender la tonelada de maíz entre seis y siete mil pesos.
“Somos campesinos de corazón”, expresan con orgullo. Saben que su trabajo llega a las ciudades, que gracias a ellos miles de personas comen cada día. “Como hermanos debemos echarnos la mano”, dicen, reconociendo la importancia de quienes consumen lo que nace de estas tierras y mantienen vivo el trabajo del campo.
Cada temporada representa un reto nuevo, un desafío puesto en manos de la naturaleza. Pero en Piedra Imán no se pierde la fe. Cada ciclo es una oportunidad para crecer, mejorar y demostrar que el campo sigue siendo raíz, alimento y futuro. Porque aquí, el maíz no solo se cosecha: se honra. Y detrás de cada elote, cada tamal y cada plato de esquites, hay una historia de esfuerzo, de familia y de una tierra que nunca deja de dar vida.
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